jueves, 17 de noviembre de 2011

LA MUERTE SOBRE RUEDAS

El Falcon de Guido después de los piñazos en el circuito.

Para mejor el domingo, en Balcarce, luego de una sucesión de topetazos al estilo los autitos chocadores de los viejos parques de diversión, el saldo fue la vida de un chico de 22 años, Guido Fallaschi, decían los entendidos que toda una promesa en materia de automovilismo. También resultó gravemente herido el que le dio el palazo más fuerte, pero después de unas horas en terapia intensiva consiguieron aventarle los fantasmas de la muerte. Eso sí, el día anterior había habido otro accidente por el estilo que no derrapó en algo más grave por el dichoso viento de cola.
La polvareda en que se vieorn envueltos casi todos los protagonistas en esa curva del autódromoJuan Manuel Fangio de Balcarce, más el rebote en un acolchado de cubiertas que marcó el principio de lo que terminaría con la vida del joven Guido, provocando un verdadero festival de aros negros girando por la pista, pero fundamentalmente el saldo fatal, al mejor estilo argentino, desató un bochinche de órdago entre los organizadores, autoridades, corredores retirados, periodismo especializado y conductores de noticieros porque total para opinar, en la Argentina, no se necesita registro. Interrogante metafísico fundamental: ¿se trataba de una muerte que se podría haber evitado? Dos: ¿estaban todas las medidas tomadas como corresponde? Tres: ¿largaron lo mismo porque lo único que interesa es la guita de los sponsors? Los dilemas siguen hasta el infinito. Al chico lo enterraron al día siguiente en el cementerio de Las Parejas, Santa Fe, de donde era oriundo. Corría en karting desde los 5 años. El ascenso ininterrumpido de categorías hasta llegar al TC 2000 donde le bajaron la última bandera auguraba por cierto un futuro menos fúnebre. Días atrás, justamente, en una carrera federada de karting, se había matado un chiquito de 11 años y a posteriori, adaptadas a las circunstancias, se habían desatado las mismas preguntas.
El automovilismo, particularmente el turismo de carretera, junto con el fútbol y el box, forman la tríada de los deportes preferidos de los argentinos. Así lo documentó el antropólogo Eduardo Archetti en la última versión oficial de nuestra historia, editada por la academia nacional respectiva y donde por primera vez se le dio lugar al deporte. Estos circuitos, normalmente en lugares desparejos, resultan ser la escenificación del AUTOEXTERMINIO ARGENTINO. El espectador pasivo, que a veces hace centenares de kilómetros para ver pasar zumbando a sus ídolos, ¿qué otra cosa quiere hacer, en el fondo, que imitarlos? En 1968, el camarista César Black, que llegaría a tener su escaño en la Corte Suprema, con motivo del asesinato de un adolescente en una cancha de fútbol, se descargó con un ensayo multidisciplinario, más que con el alegato correspondiente, y concluyó que hay deportes que tiene y/o generan una etiología criminal. Los clasificó así: automovilismo, fútbol y riña de gallos (sic). Concluía con la culpabilidad que tenemos todos sin excepción en estos fenómenos socioculturales y terminaba pidiendo en aquel caso que soltaran a todos los inculpados. La Cámara encargada de evaluar su intervención la calificó de extraño episodio.
Tomado de la mano de Lewis Munford, Ezequiel Martínez Estrada coincidía que la vida metropolitana escenifica en estos escenarios a la proeza y la muerte, las únicas dos instancias posibles en estos conglomerados urbanos de seres cobijados por el hormigón. Hoy basta entrar a YouTube y ver no sólo el video de los recién ocurrido en Balcarce para constatarlo. Hay otros datos, de tipo aritmético, que anudan la pasión argentina por el vértigo sobre cuatro ruedas con estas minitragedias urbanas. El país viene al tope de los registros anuales de muertes por los llamados accidentes de tránsito desde hace bastante. Entre la algarabía del Mundial 78 me tocó conocer al abogado Juan Carlos Fairstein, que había fundado la Asociación Civil Defensa del Peatón, y en su torno un grupo multidisplinario de estudio. Uno de sus integrantes era el psicoanalista Abel Martín quien por entonces daba a publicidad un paper algo urticante: un choque de frente no puede ser considerado accidente bajo ningún punto de vista. Se trata de una manifestación más delmecanismo homicidio-suicidio. No es fácil de digerir. Sobre todo cuando hoy la mayoría de los siniestros son una manera aberrante de estos  besos tecnológicos. También, por otro lado, la mayor causal de muerte en general, pero en particular la infantil, o sea, más pelgrosa que las dichosas diarreas estivales que hicieron estragos en un tiempo, y el otro rango etario que fijan las estadísticas es el de 18-25.
El abordaje de este fenómeno que ya marca algo más que una tendencia tiene larga data y de tanto en tanto, cuando la catástrofe es de tal magnitud que no hay más remedio que darse por enterado, laCorporación Mediática hace sus pucheritos, repite las escenas más horripilantes hasta el hartazgo, cosa de cumplir con la ley que le repitición del estímulo causa la cesación de éste, y hasta el próximo desastre, total todos son parecidos, sobre todo en los resultados.
Ahora el abordaje de este fenómeno tan particular de matar y morir en la Argentina puede que cause algo más que molestias. Sobre todo rechazo. Resulta intolerable. Y es aritmético, simplemente, sin juicios de valor ni asomos de hipótesis. El promedio actual de muertes en rutas y calles, considerablemente reducido por algunas medidas tomadas, es de unos 8000 ciudadanos menos cada vez que pasa un año. Los heridos de toda consideración son un poco más. Pero el 35% de esas víctimas fatales son criaturas. Estos guarismos dan que desde fines de 1983, en que el país vuelve de alguna manera a la institucionalización, a la fecha, más de 220 mil compatriotasterminaron de manera abrupta su vida, la mayoría de las veces sacados de entre los fierros retorcidos por las amoladoras de los bomberos del lugar. Un cálculo estimativo de algo muy difícil de evaluar como es el costo social de los hechos, tal como lucro cesante, daños y perjuicios, ni hablar de daños morales, los grupos de pertenencia afectados, dan un promedio de 7 mil millones de dólares anuales aunque hubo años en que se precisó un poco más en 9 mil. Es decir, para calcular por abajo y que no se acuse de hacer estrépito con algo que ya de por sí es estrepitoso, unos 224 mil millones de dólares.
Si las comparaciones siempre fueron odiosas acá pueden llegar a lo asqueroso. Se ha instalado en elimaginario colectivo, a veces de manera muy discutida, en 30 mil la cifra de desaparecidosdurante la Guerra Sucia. La CONADEP registro oficialmente más o menos un tercio, pero no se trata de abrir esa polémica sobre el sexo de los ángeles. Vamos a tomar lo que la gente da como sucedido, no discutir su validez.  La máquina de calcular arroja que hemos padecido no muy silenciosamente, a veces incluso a gusto y piaccere, 7,5 Procesos de Reorganización Nacional y que tenemos casi una deuda y media externa más que ya se pagó cash, no va a usar las dichosas reservas atesoradas en el Banco Central.
En  el momento de estar cerrando esta posta el tsunami de datos en que se ha convertido la realidad indica que aun faltando un poco para terminar el año ya se rebalsó la cantidad de autos usados vendidos, habrá un nuevo récord de producción en la materia aunque salvo la mano de obra los componentes son de importación, pero lo mismo se lo considera industria nacional y las autoridades lo festejan, justo con la soja, como uno de los sostenes que todavía nos mantienen en pie y nos van a preceder en este destino a todas luces venturosos.

martes, 1 de noviembre de 2011

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