martes, 30 de agosto de 2011

LADRAN, SEBASTIAN, SEÑAL QUE VIENEN MARCHANDO


Se da  como un hecho, como algo sabido e irrebatible, que Santiago de Chile es la ciudad del mundo que tiene más perros vagabundos. O por lo menos una de las que más tiene. Sea como sea, desde el aeropuerto de Pudahuel para el centro, la presencia se hace notar. Y lo notable, ya que de notar se trata, fue cómo coparon la escena a partir de junio los cabros estudiantes se largaron a las calles por una educación gratuita, no marketinera. Vaya a saberse si por una decisión instintiva, en una de esas tomada en un congreso clandestino nocturno, al reparo de las ruinas del último terremoto, pero han pasado a tener un papel protagónico en cuanta gresca, mocha dicen los chileno, se ha armado.


Esto ya fue motivo de preocupación en otro lugar. Decidieron ocupar la vanguardia de la lucha y no hay represión que los haga retroceder. Los famosos guanacos de los pacos chilenos, aparte de la presión del chorro, los cargan con agua de nieve. Para ellos como una duchita en pleno verano. A los que llaman zorrinos, que son unos vehículos más chicos, totalmente blindados, que por unas troneras laterales fumigan generosamente, sin escatimar nada, como si estuvieran pagos por los dineros públicos, nubes tóxicas de gases de pimienta y lacrímogenos.


Un perro perdiguero llega a distinguir 38 mil olores; uno cualunque, un pulgoso, raza puro perro, no menos de 7 mil. ¿Se puede llegar a pensar en algo más nefasto para ellos? El deber cívico puede mucho más. Apuran la carrera, claro, estornudan, media vuelta y otra vez a la lucha. En los videos no es fácil detectarlos porque andan a la altura de las piernas de la gente y se mueven como un celaje. Pero con un poco de paciencia revisamos cientos de fotos y fueron apareciendo.


Y al enemigo lo tienen bien detectado. A los chicos los llevan hasta donde hay piedras en abundancia, cuando se trata de apalear uniformados controlan que la tarea esté hecha como se debe, ladran como descosidos, alzan las orejas, un giro y allá van hacia otro sector de la tremolina a tomar el puesto de combate. No se ha detectado un solo documento o testimonio de verlos recular, asustarse y ni siquiera ladrar a un compañero humano.